“En este siglo acabaremos con las enfermedades, pero nos matarán las prisas”
Gregorio Marañón
Detente. Siente los latidos de tu corazón. Nota las sensaciones en tu cuerpo. Siente el aire que entra por tu nariz y el que sale. Ahora, mira a tu alrededor y advierte si tu ritmo interno coincide con el externo. Si estás leyendo esto en la oficina, es probable que percibas actividad frenética y prisa en tu entorno. Nota si el ritmo de tu corazón y respiración coinciden con el ritmo externo. Si alrededor hay prisa y actividad, quizás te sientas activado o tenso. Si te encuentras en un lugar apacible, al poner atención a tus sensaciones, podrías darte cuenta de que están en sincronía con lo que te rodea.
Bailamos al compás del entorno
Nos sincronizamos con el ambiente. Inconscientemente, adaptamos el ritmo de nuestro corazón y respiración a los sonidos, a las personas y al movimiento. El entorno, en cierta medida, afecta nuestras sensaciones de relajación o tensión, calma o aceleración.
En nuestras ciudades la prisa y la velocidad son contagiosas. Es tal el contagio, que ya no nos damos cuenta de la activación de nuestro cuerpo, la exigencia a pensar y actuar más rápido. Nos ponemos en modo de piloto automático, actuamos mecánicamente, sin conciencia de cómo caminamos, hablamos o respondemos a íntimos y extraños. A veces sólo caemos en la cuenta de nuestro acelere cuando alguien que no está en modo de alta velocidad nos lo hace saber.
“No corra, nosotros podemos esperar” (slogan de una funeraria)
La prisa crónica y la aceleración activan el sistema corporal encargado de responder a la tensión y al peligro. El cuerpo secreta las hormonas asociadas al estrés, adrenalina y cortisol. A la larga, y debido a la alta y continuada exigencia que se hace al cuerpo y a la mente, se debilita el sistema inmunológico. Con el estrés crónico vienen los cambios en el estado de ánimo y la depresión.
La prisa nos lleva a reaccionar de manera agresiva. Ejemplo de esto son los conductores iracundos, los transeúntes que empujan a otros para pasar, el compañero de oficina irritable, el dependiente intolerante con las personas mayores porque son lentas. La prisa también nos lleva a actuar de forma mecánica y afectar las relaciones: la recepcionista da instrucciones de forma ininteligible, pues no se puede detener unos segundos para explicar con claridad; ella también lo padece: su esposo no tiene tiempo para escucharla o atender a sus hijos.
Decía el novelista japonés Eiji Yoshikawa: “Cualquier ser humano puede no estar a la altura de sus capacidades habituales cuando actúa movido por la prisa”. Y es que al hacer las cosas de prisa no pensamos con claridad, tomamos malas decisiones y tendemos a cometer errores, cuya reparación requiere tiempo y esfuerzo.
“Camina plácidamente entre el ruido y la prisa”
Max Ehrmann
Es imposible ir siempre a alta velocidad. Tampoco es recomendable movernos todo el tiempo conforme a nuestra tortuga interior. Esto es como andar en bicicleta. De tanto en tanto es preciso meter freno. Hay que fluctuar entre un ritmo y otro, según se necesite. Hay que ayudar al cuerpo a aligerar el paso, a relajarse, recuperarse y estimular el sistema nervioso parasimpático, el encargado de la respuesta natural de relajación. ¿Qué puedes hacer para evitar ser arrastrado por el ritmo vertiginoso del entorno y encontrar el equilibrio?:
- Busca ritmos externos lentos, por ejemplo, la naturaleza, los parques, música tranquilizante, un entorno silencioso, y entrégate a la experiencia. Observa el efecto de los ritmos parsimoniosos en ti.
- No permitas que los devotos a la velocidad te presionen para hacer las cosas antes de lo realmente necesario. Ejerce tu derecho a aligerar o apurar el paso. No todo urge. Prioriza. Por ejemplo, pregunta a tu jefe qué es lo apremiante y planifica tus actividades.
- Toma una pausa de vez en cuando, así podrás escuchar, calmarte, centrarte, analizar tus prioridades y desactivar tus emociones.
- Evita contaminar con el ritmo acelerado del trabajo todos los ambientes en que te desenvuelves. He visto cómo algunos padres tratan a sus hijos como si fueran sus empleados o subalternos.
- Dale su espacio y tiempo a cada cosa. Hay actividades, como la convivencia con los amigos, la creación artística, enamorarse, que requieren tiempo.
- Aprende a permanecer en reposo, en lugar de buscar permanentemente la actividad. Estar siempre ocupado te impide pensar acerca de tus deseos más preciados, por lo que es fácil perder el rumbo y el sentido de la vida.
- Comienza con pequeñas acciones: pregúntate de vez en cuando: “¿Cuál es la prisa?”. Define qué necesita hacerse rápido y qué no.
- Recuerda que mucho del estrés que experimentamos es auto-infligido. ¿Cómo? A través de las exigencias auto-impuestas: “Sólo tres reportes más y me tomo un descanso”. En otro contexto, piensa: “¿Cuánto tiempo puedes realmente ahorrarte si te tensas y presionas a los otros conductores en el tráfico?”.
En Cómo simplificar tu vida encontrarás muchos otras ideas para reducir la velocidad, aprovechar mejor tu tiempo y hacer lo que es verdaderamente importante para ti, eso que muchas veces dejas de lado o que consideras opcional.
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