“Entre dos explicaciones, elige la más clara; entre dos formas, la más elemental; entre dos expresiones, la más breve”
Eugeni d’Ors
Las interpretaciones que hacemos de la conducta ajena pueden ser causantes de malestar emocional. Muchos problemas en las relaciones interpersonales tienen su origen en las inferencias superficiales que hacemos. En lo referente a la conducta ajena y la propia, entre más sencillas sean nuestras deducciones, mejor.
A pesar de que, por experiencia propia, sabemos que lo simple nos hace sentir mejor, recurrimos a soluciones artificiosas. Piensa en todas esas ocasiones en que te has hecho historias elaboradas, y a menudo fatídicas, sobre algo que al final resultó ser muy sencillo. Los niños, como ya sabemos, aplican a su pensamiento la claridad, la observación, lo obvio, y es por eso que logran entender mejor el mundo que los rodea y disfrutan más. Conforme vamos creciendo nuestro pensamiento se vuelve juicioso e intrincado.
En nuestra sociedad se menosprecia lo simple, lo obvio, lo pequeño y se valora lo complejo, lo elaborado. Perdemos de vista que al concentrarnos en ideas rebuscadas, nos provocamos estados emocionales negativos. Es como si pensáramos: “Si puedo hacer deducciones muy complejas y fastidiarme el día, ¿para qué recurrir a las más sencillas y estar más tranquilo?”
Siempre es mejor no interpretar, asumir o suponer. Cuando lo hacemos, lo que damos por hecho acerca del comportamiento del otro puede no ser más que un reflejo de nosotros mismos. Digamos que un compañero de trabajo pasó de largo al llegar a la oficina por la mañana o te dio un saludo un tanto frío. Tu posible interpretación: “Está enojado conmigo”. Le das vueltas al asunto y de manera automática asmes que su forma de actuar está relacionada con algo que hiciste: “Claro, se enojó porque ayer no me despedí de él”. Este pensamiento habla más acerca de lo que tú harías, de estar en su lugar, que de lo que en realidad sucede. Quizás te enojarías si tu amigo no se despidiera de ti. No hay que asumir que los demás piensan exactamente como nosotros, porque muy pocas veces en realidad lo hacen.
Siempre hay explicaciones alternas más sencillas que normalmente pasamos por alto, pero que con certeza nos podrían hacer sentir tranquilos y confiados. En el caso del compañero que pasó de largo: “Tenía prisa y decidió no detenerse a saludarme”.
Asumir como cierto algo sobre lo que tenemos muy poca o nula evidencia es una forma muy efectiva de complicarnos la vida. En muchas ocasiones sacamos conclusiones a partir de un solo indicio. Repetimos este pensamiento irreflexivo y mecánico hasta que nos provocamos angustia, tristeza o enojo.
En las relaciones de pareja es común que se hagan suposiciones: tu compañero/a recibe una llamada y para contestarla se aleja unos metros o va a otra habitación. Inmediatamente surgen tus sospechas y asumes que oculta algo o a alguien. No se te ocurre pensar que simplemente no quiere molestarte con su charla o que necesita concentrarse en la conversación. Tendemos a abusar de la imaginación. ¿Por qué todo tiene que estar relacionado contigo o con algo que hayas hecho? ¿Por qué levantar sospechas de inmediato? ¿No habla esto de inseguridad? Nuevamente, lo que interpretas sobre la conducta del otro es un reflejo de una actitud o cualidad tuya. A veces la ingenua sencillez nos puede ahorrar muchos disgustos.
Pero el pensamiento complejo no sólo se aplica a cómo interpretamos el comportamiento de otros, sino también al desasosiego generado por las explicaciones enredadas o dramáticas. Tal es el caso del pensador enrevesado, que se angustia a causa de afecciones tratables como un dolor de cabeza. En lugar de pensar en argumentaciones más obvias, como podría ser que está tenso, que ha estado haciendo un gran esfuerzo, que está cansado, opta por imaginar que algo muy malo está sucediendo. Aunque no lo creas, la historia que se crea podría terminar fatídicamente en un tumor maligno. Qué afán el nuestro de no confiar en lo simple, lo natural, lo obvio. Cuanto más intrincadas son nuestras ideas, más propensos estamos a equivocarnos, dice el escrito galés Ken Follett.
“Una gran parte del sufrimiento humano es evitable. Evitémoslo a toda costa”.
Así lo dice el Dr. Alonso López Caballero en su libro El Arte de (No) Complicarse la Vida.
Para prevenirlo es necesario recurrir a deducciones más modestas, derivadas del sentido común, de un sentido práctico, y de una visión objetiva y racional.
Analiza las elaboraciones mentales que haces acerca de lo que vives día a día en tus relaciones interpersonales. Favorece lo evidente, la naturalidad, lo obvio. Estoy seguro de que encontrarás algunas oportunidades para simplificar esas fabricaciones intelectuales que en general son meras especulaciones. Buena suerte.♦
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