(No) Soy mejor que tú

“Entre hombre y hombre no hay gran diferencia. La superioridad consiste en aprovechar las lecciones de la experiencia”
Tucídides

cimaContinuamente nos bombardean con mensajes que invitan a ponernos por encima de los demás. Los superlativos “ultra”, “mega”, “hiper”, “extra” y las palabras como “plus”, “distinguido”, nos llevan al terreno de las comparaciones y la competencia. En pocas palabras, alimentan nuestro ego, nos hacen sentir que somos mejores que los demás. Y esta búsqueda de superioridad es mucho más común de lo que imaginas. Lo puedes notar en situaciones de la vida diaria, como en el cotilleo. Nos gusta saber acerca de lo “malo” que les sucede a los otros, porque inmediatamente nos pone en una mejor posición que ellos. No sólo tratamos de “no ser menos que el vecino”, sino que tratamos de superarlo.

Osho dice que “si alguien dice que tu vecino es una mala persona, que es inmoral, tú inmediatamente lo crees, porque si es maligno e inmoral, inmediatamente te conviertes en una persona buena y moral”. Funciona de igual manera cuando alguien hace un comentario positivo de otra persona. En este caso, pones en duda que alguien pueda ser bueno, porque en tu mente piensas que el hecho de que él sea bueno, inmediatamente te hace a ti malo; piensas que si admites que él es inteligente, tú automáticamente te conviertes en un estúpido.

Así, pensamos que el éxito nos hace mejores que los demás, como cuando utilizamos nuestra tarjeta de crédito, la de color más brillante y recibimos un trato especial. Claro, para que nos sintamos verdaderamente especiales es necesario contar con testigos: los clientes en el banco tienen que ser separados en diferentes filas o ventanillas: “regulares” y “preferentes”. Tendemos a sentirnos superiores porque tenemos más que los otros: dinero, poder, conocimiento, belleza, tranquilidad, desarrollo personal, generosidad. También podemos caer en la presunción porque poseemos menos que los demás: necesidad de pedir ayuda, defectos, kilos.

Este es el juego de la comparación y de la lucha por la superioridad que tan bien refleja el estado de nuestra autoestima. Hay que recordar que detrás de un complejo de superioridad siempre hay uno de inferioridad.

La lucha por la superioridad también se refleja en nuestra elección o práctica de la religión. Cada religión afirma ser la religión y defiende a su Dios como el mejor. Los practicantes resaltan de manera fervorosa su elección, al igual que una persona afirma pertenecer o apoyar a un partido político y defiende su ideología porque piensa que es superior a la de los otros partidos.campeon

Cuando el deseo de mostrarse como superior a los demás es grande, la ansiedad aumenta y con ésta la necesidad de demostrar que la persona es valiosa. Ahora bien, ¿por qué querría alguien demostrar que vale? Probablemente porque en el fondo siente que no es así, quizás en el fondo sabe que aquello a lo que ha recurrido para mostrarse como una persona valiosa y/o superior es sólo una cubierta frágil que puede destruirse con facilidad. He ahí la necesidad de alardear, autopromocionarse y exagerar las propias virtudes, esto mediante la inversión constante de energía y recursos. Por ejemplo, los criterios para ser “mejor” que los demás cambian constantemente: los cánones de belleza pasan de moda, por lo que hay que invertir mucho dinero, esfuerzo y dedicación a maneterse actual.

La actitud contraria a la que aquí describo es la de autenticidad: no tratar de ser más ni menos de lo uno es. Comprender que somos valiosos por el mero hecho de que existimos contribuye a la autenticidad. Por supuesto que esta actitud es diametralmente opuesta a lo que socialmente se piensa: que valemos con relación a nuestros ingresos, poder, atributos físicos o conocimiento. Pero yo me pregunto y te pregunto a ti: ¿Qué nos hace creer que cierta actividad que realizamos o los objetos que poseemos nos hacen especiales o valiosos? ¿Por qué tenemos que hacer algo para sentirnos valiosos? ¿Cuánto hay que poseer o qué tan bello hay que ser para ser valioso? Bien valdría la pena reflexionar acerca de estas preguntas, ¿no crees?

Cuando conectamos con la valía intrínseca a nuestra naturaleza como seres humanos, dejamos de necesitar aparentar superioridad ante los demás.

Una vez que reconocemos nuestro propio valor, somos capaces de reconocer el valor del otro. Con esto viene el respeto, la tolerancia, la aceptación y, a la larga, el amor incondicional por nuestros semejantes.♦

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