“Todo esfuerzo por aferrarnos nos hará desgraciados, porque tarde que temprano aquello a lo que nos aferramos desaparecerá y pasará. Todo lo adquirido puede perderse, porque todo es efímero”
Buda
En inglés se les llama “hoarders”, en español se les ha llamado acumuladores extremos. Son personas que tienen una enorme dificultad par desprenderse de sus posesiones al punto en que se encuentran en una situación crítica y de riesgo a su salud. En el programa de televisión llamado “Acumuladores” vemos casos extremos de personas con un enorme apego a lo material, conductas obsesivo-compulsivas y una gran ansiedad ante el desprendimiento de sus pertenencias.
Parecería que este “síndrome de acumulación obsesiva” es algo ajeno a nuestra realidad, pero temo que no lo es del todo. Quizás en un grado mucho menor, muchos tendemos a recolectar objetos sin utilidad. Están los que guardan la hoja de un árbol que encontraron en su caminata matutina por el parque, sólo porque tiene una forma especial; los que conservan los boletos de la obra de teatro que vieron con la persona amada; los que acumulan grandes cantidades de periódico, “por si algún día los vuelven a leer o llegan a necesitarlos”.
Una de las cosas que la gente acumula con mayor frecuencia es la ropa. Hay closets repletos de prendas que ni se usan ni se desechan. Las razones más comunes para quedárselas son: “No vaya a ser que vuelvan a estar de moda” “Qué tal si adelgazo y ya no tengo qué ponerme” “Siempre es bueno tener algo extra por si acaso”. La verdad es que la ropa no vuelve a ponerse de moda, si adelgazamos siempre podemos comprar ropa adecuada para nuestra talla y ese “extra” casi nunca se vuelve necesario.
La acumulación digital también es común: nos llenamos de archivos que nunca consultamos, de presentaciones que nunca volvemos a ver. Pero no es sólo el espacio físico o digital que llenamos con demasiadas cosas, sino también la mente. Llenamos nuestra mente con pendientes que mantenemos latentes en lugar de descargarlos sobre un trozo de papel o nuestra agenda.
Hay quienes encuentran difícil desprenderse de los libros que leen y deciden matenerlos en innumerables repisas como si fueran trofeos a su conocimiento o para leerlos nuevamente. Comprendo que podemos guardar libros de referencia o algunos muy queridos, pero, como dice una amiga, ¿realmente vamos a tener el tiempo para leer nuevamente, digamos, las novelas que ya leímos? Después de todo, siempre estarán disponibles en una biblioteca o podemos pedirlas prestadas.
Hay una tendencia mundial muy interesante para mantener los libros en movimiento llamada Bookcrossing, que en México se llama Libros Libres. El método consiste en darle el libro a un amigo, dejarlo en un banco del parque, «olvidarlo» en una cafetería, para que alguien más tenga acceso a éste. Parece ser una buena opción para compartir “nuestros tesoros” y dejar de acumular.
En contraste con el afán desmedido de posesión tan característico en nuestra sociedad, la idea de liberar algunas de nuestras posesiones desafía el concepto clásico de pertenencia como algo permanente y convierte a los objetos, en este caso los libros, en algo pasajero. También involucra la noción de que casi todo es reemplazable y elimina el temor a perder lo que se posee. Se destruye el vínculo afectivo que creamos entre nosotros y las cosas.
Acumular en exceso “por si acaso” nos impide vivir en el presente, sumergirnos con confianza en el río de la vida. Hacer las cosas “por si acaso” nos remite al futuro, que es totalmente incierto e incontrolable.
Algunos basan su seguridad en sus posesiones. Todas las cosas son impermanentes, cambiantes. En realidad nada nos pertenece, y esto incluye a las personas. Todo nos es prestado, facilitado por algún tiempo, y tarde o temprano tenemos que desprendernos de ello. El filósofo griego Epicteto lo expresa de esta manera:
“Nunca digas que se te ha perdido una cosa, sino que la has devuelto”.
Ver nuestras pertenencias desde esta perspectiva nos permite disfrutar de ellas si las tenemos y no sufrir si no las tenemos. No hay opción, debemos soltar nuestras posesiones tarde o temprano, gradual o súbitamente, intencional o involuntariamente. ¿Para qué esperar a que nos sean arrebatadas si podemos desprendernos de ellas emocional y mentalmente?
Una clave para alcanzar la verdadera felicidad consiste en desarrollar la capacidad para estar satisfecho con poco. Si el apego, querer las cosas apasionadamente, “es el origen del sufrimiento”, quien se toma demasiado en serio la cuestión de la pertenencia es más propenso a sufrir. Bien valdría la pena ejercitarnos en el desapego y dejar de “poseer” de manera ansiosa. Nadie expone esto mejor que Buda:
“Todo fluye, todo cambia, todo nace y muere, nada permanece, todo se diluye; lo que tiene principio tiene fin, lo nacido muere y lo compuesto se descompone. Todo es transitorio, insustancial y, por tanto, insatisfactorio. No hay nada fijo a que aferrarse”.♦