“Esperar una felicidad demasiado grande es un obstáculo para la felicidad”
Bernard Le Bouvier de Fontenelle
Estoy seguro de que, al igual que yo, has experimentado la siguiente situación:
Un amigo te comenta que cierta película o libro son sen-sa-cio-na-les. Como confías en su opinión, corres al cine o a comprar la novela tan altamente recomendadas. Dado que te creaste una gran expectativa, es probable que al final tengas la impresión de que la sugerencia no es tan buena como habías previsto. Por supuesto, hay ocasiones en que al final coincidirás con quien te hizo la recomendación. Lo mismo sucede con las personas a quienes nos presentan y que por mucho tiempo habíamos deseado conocer, el concierto que estuvimos esperando por varios meses o la visita a ese lugar “paradisíaco” del que tanto nos habían hablado.
En lo tocante a las expectativas que tenemos con respecto a las personas, cosas y eventos, nuestras actitudes tienden a variar considerablemente. Por ejemplo, están los que tienen grandes expectativas y que anticipan con júbilo la calificación esperada en un examen. También están los que esperan poco o nada, por ejemplo de una relación de pareja, para defenderse de la desilusión. Los que se oponen a esta última postura sostienen que al minimizar o eliminar las expectativas nos perdemos del gozo anticipado de imaginarnos e incluso llegar a vivir el escenario deseado. Tachan esta actitud de conformista o pesimista. Para mí es más bien una actitud ecuánime y realista.
Creo firmemente que, en ciertas ocasiones, es mejor no tener expectativas con respecto a los resultados de lo que hacemos, de las relaciones que tenemos, de las experiencias a las que estamos expuestos o que están por llegar.
El efecto negativo de las expectativas
Esperar que algo sea como lo imaginamos nos lleva a evaluar las cosas como “buenas” o “malas”, como si “nos sucedieran cosas buenas o malas” cuando en realidad lo “positivo” o “negativo” de una situación depende de la postura que tengamos con respecto a ésta. Hay quienes evalúan el tener que buscar trabajo, asistir a entrevistas, como una buena oportunidad para conocer gente nueva o para salir de la rutina de estar siempre en una oficina. En contraste, hay quienes evalúan la búsqueda de trabajo como una derrota, algo horrible que no le desean ni a su peor enemigo. Las cosas no son ni “buenas” ni “malas”, son lo que nosotros queremos que sean.
Las expectativas limitan nuestro pensamiento, pues al esperar cierto efecto, sólo nos concentramos en una de las muchas posibles resultantes de nuestras acciones. Por supuesto, si no tenemos la resolución deseada, terminaremos sintiéndonos decepcionados y sin ganas de seguir haciendo un esfuerzo por alcanzar nuestras metas, como podría ser encontrar una persona adecuada para iniciar una relación de pareja estable.
Cuando esperamos que un amigo muestre su lealtad o apoyo si lo necesitamos y no lo hace, porque simplemente él actúa de manera egoísta, tendemos a sentirnos decepcionados, dolidos, frustrados y enojados, todo lo cual contribuye a nuestra infelicidad. Estoy de acuerdo en que es válido desear que un amigo sea generoso, pero el que no lo sea no tiene que ser motivo de desilusión y amargura.
Si no nos gusta la manera en que una persona actúa con nosotros, siempre tenemos la opción de alejarnos o pedirle que cambie su actitud. Esta es una postura mucho más madura y alejada del papel de víctima al que en ocasiones recurrimos.
La publicidad ha contribuido al hecho de que nos creemos expectativas. Por medio de sus slogans nos ha hecho creer que “lo merecemos todo y lo mejor”. Y en verdad, sí creo que merecemos las cosas buenas de la vida. El problema es que cuando actuamos a partir de estas ideas publicitarias y comerciales, desarrollamos un exagerado sentido de nosotros mismos y perdemos de vista que las cosas no siempre pueden ser como lo esperamos.
Con frecuencia nos hacemos a la idea de que las cosas van a suceder como las imaginamos, por el simple hecho de imaginarlas, mas no hay garantía de ello. Hay que recordar lo que dice la canción: “Cuando más alto volamos, nos duele más la caída”.
Aprender a vivir sin expectativas
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Si no esperas nada, aquello que obtengas lo tomarás como un regalo. Si no anhelas que tu novio te diga “te quiero”, el día que lo haga lo disfrutarás mucho más.
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Lo novedoso y las agradables sorpresas inesperadas contribuyen a la felicidad. Hay estudios que prueban que lo agradable e inesperado que nos sucede hace que nuestro cuerpo produzca más dopamina, provocando mayores sensaciones de placer que cuando se tiene la seguridad de que sucederán.
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Para reducir o eliminar las expectativas que tienes de alguien más es necesario aceptarlo tal como es.
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Toma lo que la vida te ofrece y experiméntalo siempre con buena disposición.
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Deshazte de tu afán de control. Evita enojarte porque las cosas no salieron como habías anticipado. Recuerda que puedes controlar tus reacciones, pero no la vida de los demás, por lo menos no sin consecuencias negativas para ti y los otros.
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Ten en mente la siguiente frase de la escritora Dennis Wholey: “Esperar que la vida sea justa sólo porque tú eres una buena persona es como esperar no ser atacado por el toro sólo porque eres vegetariano”.♦
Piensa en las situaciones que has enfrentado y a las que te has anticipado. ¿Cómo han resultado?
Piensa en las situaciones que has enfrentado sin expectativas. ¿Cómo han resultado? Comparte este post con las personas que creas que les puede servir.